Suena el estallido que produce el cristal al chocar con el suelo de madera. Un tipo está en una bañera, al parecer dormido o, lo que resulta más probable, inconsciente. De pronto, un hilillo de sangre le corre por entre las cejas; la lámpara se mece de un lado a otro, llenando de sombras y débil luz todos los rincones del cuarto de baño, pintado en su enteridad con esmalte de color verde oscuro. El hombre se despierta sobresaltado y sale de la tina, para verse en el espejo y descubrir que tiene una minúscula herida justo en el centro de la frente. Sale del cuarto a toda prisa y choca con una mesita en el pasillo…
-Sí, hombre. Que eso está muy bien, pero no funciona… Debes hacerlo más claro para el auditorio.
-Pero si de eso se trata todo el asunto. La gente tendría que ir descubriendo…
-La gente se pierde con eso, tío. Yo sé de eso; soy el productor y sé cómo se las gastan. Y en cuanto a los poderes, házmelos más… No sé. Más «visuales».
-¿Visuales? ¿Más vis…?
-Que sí, hombre. Que se deben ver los poderes psíquicos. De lo contrario, nadie sabe de qué coño va el asunto…
Palabras más, palabras menos; esto es lo que se escucha muy a menudo en las salas de proyección de Hollywood y en las oficinas donde se realizan juntas editoriales, y no existe nada más frustrante al respecto cuando uno se encuentra del lado de los creadores.
De un tiempo para acá, cada vez resulta más digerida la propuesta del cine y la narrativa estadounidense -y, por ende, la del resto de Hispanoamérica-, por completo llena de lugares comunes y situaciones desprovistas de cualquier tipo de reto para el intelecto del público.
Parece un regreso a la estética de los sombreros negros y blancos sólo que, hecho todo este manipuleo, de una forma más burda y acartonada.
Todo nos lleva a concluir que es «La Industria» quien decide qué y cómo deben presentársele las cosas al espectador… Porque en eso nos hemos convertido, en simples espectadores según la definición más literal de la palabra… Espectador: dícese de aquel que espera. Y Ellos -los que dirigen La Industria-, nos dan todo fácil y sin esfuerzo alguno de nuestra parte, porque eso, según Ellos, es lo que esperamos.
De acuerdo a lo que dice saber este grupo de poder, esperamos no pensar, ver tetas al aire y mentones cuadrados, autos que estallan en el momento mismo en el que se desbarrancan, ráfagas de ametralladora que destruyen todo un bar y matan a toda la clientela que ahí se encontraba, con excepción del héroe quien se oculta detrás de una mesa volcada… Como es probable que también lo hayan hecho treinta personas más en dicha situación; a esto se le llama ‘instinto de conservación’, pero no dejen que eso interfiera con su disfrute.
Vemos novelas de las series de televisión y el colmo es que ya no nos ofrecen historias originales basadas en la serie de marras, sino que nos venden las novelizaciones de los argumentos de cada episodio, ¡QUE YA HEMOS VISTO! Ya no se trata de novelas de la Dragonlance o los Reinos Olvidados; ahora, nos pretenden vender la novela basada en la película, la cual, a su vez, estuvo basada en un cómic no muy bueno de los años 70 y del que nadie, de entre los miles que asistieron al estreno de la cinta en cuestión, se acuerda. Sin embargo, ahí está la novela que tiene como portada, una versión en miniatura del cartel promocional del largometraje, para que nos la llevemos a casita por cinco mil pelas de na’a.
Entre las pilas de novelas de Star Trek -en todas sus inefables y anodinas encarnaciones-, Aliens, Predator y Aliens Vs. Predator, que ocupan los estantes dedicados a la ciencia ficción -así con minúsculas-, vean cuánto espacio queda para las obras de Bradbury, Gibson, Powers, Moorcock, Vance, Herbert y Lem, todos ellos Maestros de la Ciencia Ficción -así con mayúsculas-, o para los nuevos talentos locales, quienes también tienen mucho que decir.
¿Es que La Industria en realidad cree que ésa es la ficción que busca el grueso de los lectores? ¿Que, todo se reduce a su mínima expresión y sólo deben tratarse los temas de acuerdo con este mínimo común denominador?
¿O es que acaso «fan» y lector -o cinéfilo, o melómano- significan lo mismo para los consejos y casas editoriales, las distribuidoras y empresas productoras?
Ya no se trata de un caso de censura en donde un grupúsculo nos dice lo que debemos y no debemos ver, oir o leer. Es algo mucho peor que eso. Tal parece que, ahora, nos están diciendo qué nos gusta ver, oír o leer porque eso es lo que esperamos consumir.
Yo ya no creo que se trate de una «mediatización para conformar los criterios de la población», sino que es, más bien, una conformidad de la población ante el criterio mediocre del medio.
Eso, o bien pudiese ser que los fans sean tontos, pero los lectores, cinéfilos y melómanos, no lo somos.
Y sí, la columna inicia con una narración de la secuencia inicial de la película ‘Dark City’ del genial director Álex Proyas, antes de que la compañía productora metiera mano y decidiera «ayudar» al público, haciéndole «más fácil» comprender el filme. El resultado, que es lo que la mayoría vio en los circuitos de cine comerciales, no fue del todo malo… Pero acabó con muchas de las sorpresas que Alex tenía reservadas para nosotros.
Y aunque Álex se las apaña muy bien para resolver las imposiciones de su productora, yo sigo sin saber cómo creen Ellos que se «deben» ver los poderes psíquicos…